Hoy es imposible hablar del cómic moderno sin mencionar a Los 4 Fantásticos. No por nada se les llama "la primera familia de Marvel", y es que su debut en noviembre de 1961 no solo marcó el inicio de una nueva era para una editorial al borde del colapso, sino también el nacimiento de una forma de crear cómics que cambiaría para siempre la industria: el llamado Método Marvel. Esta dinámica de trabajo, atribuida principalmente a Stan Lee, fue tan revolucionaria como controvertida. Y todo comenzó con esa icónica portada firmada por Stan Lee y Jack Kirby.
El nacimiento del Método Marvel
Para entender la magnitud del cambio que supuso el Método Marvel, primero hay que saber cómo se hacía un cómic antes de su llegada. En la mayoría de los casos se utilizaba el conocido guion completo, una técnica minuciosa en la que el escritor describía detalladamente cada escena, cada viñeta y cada diálogo, dejando al dibujante con muy poco margen de maniobra creativa. Era un proceso rígido, pero claro: el escritor dictaba la historia, y el dibujante la ilustraba.
Stan Lee, enfrentado a la presión de producir múltiples títulos en poco tiempo, decidió probar otra cosa. En lugar de escribir guiones exhaustivos, les contaba la historia a los dibujantes, a veces con apenas un párrafo general de lo que quería. A partir de ahí, artistas como Jack Kirby o Steve Ditko se encargaban de llenar las páginas en blanco con la narrativa visual, organizando las viñetas, desarrollando el ritmo y, en muchas ocasiones, incluso decidiendo los detalles argumentales. Después, Lee escribía los diálogos y los monólogos en función de lo que veía en las páginas terminadas.
Este método, que justo nació con el primer cómic de Los 4 Fantásticos y la colaboración de Lee con Kirby, trajo ventajas inmediatas. Por un lado, permitía que se produjeran más cómics en menos tiempo, con una libertad creativa que se notaba en las composiciones visuales cada vez más atrevidas. Pero por otro lado, también sembró la semilla de una disputa que duraría décadas: la autoría real de las historias y personajes.

Los problemas de reconocimiento con el Método Marvel
Si bien Stan Lee se convirtió rápidamente en la cara visible de Marvel, apareciendo en entrevistas, firmando columnas y, más adelante, haciendo cameos en películas, muchos de los personajes que ayudaron a consolidar el universo Marvel (incluidos Los 4 Fantásticos, los X-Men, Hulk, Thor o Silver Surfer) fueron diseñados y conceptualizados en gran medida por dibujantes como Jack Kirby. Y esa zona gris que deja el Método Marvel en cuanto a créditos y derechos ha sido uno de los temas más polémicos en la historia del cómic.
Jack Kirby, por ejemplo, no era nuevo en esto de innovar. Antes de llegar a Marvel ya había revolucionado el medio junto a Joe Simon, y no es descabellado decir que la semilla de lo que luego se llamó Método Marvel ya estaba presente en su forma de trabajar. En los años cuarenta, él y Simon lograron tener tal impacto que incluso sus nombres aparecían en las portadas, un logro casi imposible para la época.

Pero fue en Marvel donde esta forma de trabajar alcanzó su punto más influyente, y al mismo tiempo, más conflictivo. Porque mientras Stan Lee se convertía en una celebridad del medio, Kirby era relegado a un segundo plano, incluso cuando su trabajo era esencial para que esas historias cobraran vida. Esta desigualdad fue fuente de tensiones internas en la editorial y, tras la muerte de Kirby en 1994, también generó reclamos por parte de su familia. El conflicto llegó hasta los tribunales, y no fue sino hasta 2014 que Marvel llegó a un acuerdo con los herederos del artista, reconociendo, aunque sin hacer demasiado ruido, su papel fundamental.
El Método Marvel, en su mejor versión, fue una herramienta de colaboración explosiva. Una en la que el dibujante no solo ilustraba, sino que co-creaba. Y sí, permitió que Marvel se levantara de la lona y liderara un ápoca dorada para la industria del cómic con una fuerza narrativa fresca, dinámica y profundamente humana. Pero también puso en evidencia lo necesario que es valorar el trabajo colectivo, dar crédito justo y entender que las grandes historias rara vez nacen de una sola mente.
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