Todos los mexicanos lo saben: esta prohibido elegir a Rugal en las maquinitas

En Las Retas De The King Of Fighters En Los Arcades Mexicanos Solo Habia Una Regla No Escrita 2
Sin comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail
ayax-bellido

Ayax Bellido

Editor
ayax-bellido

Ayax Bellido

Editor

Escribo sobre videojuegos y anime, y me siento muy afortunado por ello. Editor en 3DJuegos LATAM. ¡Llegó el momento de la espada y el hacha, llegó el momento de la locura y el desdén!

1138 publicaciones de Ayax Bellido

En los años noventa, en las salas de arcade en México había un credo: jugar The King of Fighters. Con varios juegos de peleas consolidándose en la década, llámese Street Fighter o Mortal Kombat, la saga de SNK supo encontrar un lugar en la comunidad de jugadores mexicanos que pasaban horas frente a las máquinas mejorando sus habilidades y perfeccionando los combos. Y en ese ambiente de peleas digitales y monedas que iban desapareciendo poco a poco de los bolsillos había una regla no escrita que debías mantener si no querías perder el honor: prohibido usar a Rugal.

El nombre de Rugal Bernstein, el jefe final de The King of Fighters 94 y 95, evocaba respeto y rabia a partes iguales. Para muchos, era el símbolo del desafío absoluto: un enemigo casi imposible de vencer en los arcades cuando se enfrentaba a la CPU. Pero para otros, quienes lo elegían en las retas, representaba algo peor: la trampa, cobardía y falta de habilidad real. Así nació uno de los códigos más curiosos de la historia de los videojuegos en México.

Un enemigo que no debía ser usado

Rugal era un personaje que no fue diseñado para el equilibrio ni la justicia, sino para la humillación. En los arcades de Neo Geo, su presencia era un obstáculo intencional, creado para consumir monedas y frustrar jugadores. Era un jefe con ataques de daño descomunal, reflejos sobrehumanos y movimientos que parecían ignorar las leyes del juego. Su Genocide Cutter, capaz de castigar cualquier intento de salto, o su God Press, que arrasaba con la pantalla, lo convertían en una máquina de destrucción perfecta.

Cuando los jugadores descubrieron los códigos para desbloquearlo, lo impensable sucedió: algunos comenzaron a usarlo en las retas. Pero la comunidad reaccionó: en las reglas no escritas de los salones arcade (e incluso posteriormente cuando se consolidaron las consolas de sobremesa), eso equivalía a romper el pacto de honor entre guerreros. Rugal no representaba la destreza, sino el abuso del sistema.

Kof 98

Esa prohibición espontánea reflejaba algo más profundo que un simple capricho: la búsqueda de equilibrio. En un entorno sin árbitros ni torneos oficiales, los jugadores creaban sus propias reglas, priorizando la habilidad sobre la ventaja.

Su inclusión en los juegos posteriores (como KOF ’98 o KOF 2002) fue más un tributo nostálgico que una invitación seria a usarlo en combate. Incluso cuando SNK permitió seleccionarlo oficialmente y sus habilidades ya se habían nerfeado lo necesario para hacer las partidas más justas, la etiqueta de “prohibido” ya estaba tatuada en la memoria colectiva.

El mito que trascendió el arcade

Hoy, décadas después, mencionar a Rugal en una conversación sobre KOF es invocar una parte esencial de la cultura arcade mexicana. Es recordar los días en que las retas eran batallas épicas por orgullo, no por puntos o trofeos digitales. En ese contexto, Rugal fue el enemigo que unió a los jugadores en un acuerdo tácito: la verdadera fortaleza no estaba en elegir al más fuerte, sino en demostrar maestría con los personajes comunes.

Paradójicamente, aquel villano diseñado para ser invencible terminó representando la debilidad. En los ojos de los veteranos del arcade, elegir a Rugal era admitir que no se tenía el talento suficiente para ganar por mérito propio.

Así, entre combos imposibles, cables gastados y miradas desafiantes, The King of Fighters se convirtió en más que un juego: fue una lección sobre justicia, comunidad y respeto. Y Rugal, el jefe supremo, quedó relegado al papel de recordatorio: que incluso en los videojuegos, el poder sin honor no vale la pena.

Inicio