Llegar a Arcade Gallery no fue sencillo. Cruzar la ciudad desde el sur hasta llegar al norte, cerca de la estación de metro Refinería, fue un viaje de más de una hora. Hacer trasbordos de línea en línea en el metro de la ciudad podría haber sido motivo suficiente para declinar la visita, pero la motivación era más fuerte que cualquier incomodidad del viaje.
Hay pasiones que uno no deja de lado, y la mía por los videojuegos, nacida en los arcades de mi infancia, me empujó hacia adelante para intentar revivir aunque sea un pedacito de aquellas epocas. Lo que me esperaba al final de ese recorrido era más que solo entretenimiento: era la promesa de un reencuentro con una parte fundamental de mi historia personal.
De niño, las maquinitas formaron una etapa breve pero intensa de mi vida. Recuerdo la emoción de correr hacia la tienda de la esquina, mis bolsillos repletos de monedas, todo para dedicar unos minutos a combatir en The King of Fighter o intentar alcanzar un nuevo récord en Metal Slug.
Los videojuegos pasaron de ser entretenimiento a convertirse en mi vida profesional.
Aquellas horas fugaces en las maquinutas, antes de que llegara a casa mi primer PlayStation, definieron mi relación con los videojuegos. En cuanto tuve mi consola, las visitas a los arcades disminuyeron hasta desaparecer. Pero ese poco tiempo que pasé con ellas fue suficiente para sembrar una semilla que años más tarde germinó y floreció: lo que entonces era solo diversión, ahora es mi vida profesional.
Trabajo escribiendo sobre videojuegos, algo que quizás nunca habría imaginado en aquellos primeros años frente a una máquina arcade, cuando lo único que importaba era vencer al siguiente oponente.
Un viaje lleno de nostalgia
Entrar a Arcade Gallery fue, en muchos sentidos, un retorno a esa infancia, una reconexión emocional con aquellos momentos de juego que ya creía archivados en la nostalgia. El lugar, ubicado en una bodega con paredes grafiteadas y luces parpadeantes, emula de manera impecable los salones arcade de los ochentas y noventa. Pero, más allá de su apariencia, lo que realmente me conmovió fue el ambiente. No es solo una recreación visual de los salones arcade, es una recreación sensorial: el sonido de los botones que crujen bajo los dedos, las palancas que se mueven frenéticamente en manos ansiosas, el tintineo de los sonidos característicos de los juegos de la época.
Las nuevas generaciones siguen conectando con los videojuegos clásicos.
Y ahí, rodeado por ese caos paradójicamente ordenado, me di cuenta de que no era el único que había sido atraído de vuelta por estos recuerdos. Lo que más me sorprendió fue la diversidad del público. No solo había adultos como yo, que crecimos con las maquinitas como el centro de nuestras tardes después de la escuela. También había adolescentes e incluso niños, muchos de los cuales no habían vivido esa era, pero que, de alguna manera, parecían cautivados por ella.
Ver a un niño de 10 años concentrado en una partida de Super Mario Bros. me hizo sonreír. ¿Cómo podía entender el valor de esos gráficos pixelados cuando ha crecido con los mundos detallados en 3D que ofrece la tecnología moderna? Quizás el atractivo de los videojuegos, en su forma más pura, trasciende las generaciones. Los gráficos y la complejidad técnica pueden cambiar, pero la esencia sigue siendo la misma: la diversión, la competencia, la capacidad de sumergirte en un universo paralelo donde todo lo que importa es lo que ocurre en la pantalla frente a ti.
Arcade Gallery me ofreció algo más que nostalgia. Me ofreció una reflexión sobre lo mucho que han cambiado los videojuegos y, al mismo tiempo, lo poco que han cambiado en su esencia. Aquí no había consolas de última generación ni realidad virtual. Todo el lugar está dedicado a las auténticas máquinas arcade, con más de 50 títulos disponibles, desde juegos de pelea como Mortal Kombat o Tekken, hasta clásicos de plataformas como Donkey Kong o Super Mario Bros. Aun así, la emoción al jugar era exactamente la misma que recordaba de mi infancia. De alguna forma, esos juegos, por más simples que puedan parecer comparados con los estándares actuales, siguen atrapando la atención de jugadores de todas las edades.
Me encontré jugando una partida de Contra, un juego que en su momento me parecía imposible de dominar. Esta vez, con más años de experiencia en mis manos, sentí la misma tensión al enfrentarme a enemigos que parecían interminables. Cada vida perdida dolía, pero el impulso por superar la siguiente etapa seguía siendo irresistible.
Un recorrido a través de la historia de los videojuegos
Una de las joyas del lugar es su Museo del Videojuego, un espacio que ofrece un recorrido fascinante por la historia de la industria. Desde las primeras consolas, como el Atari y el Pong, hasta sistemas más modernos, el museo es un recordatorio visual de lo mucho que ha avanzado el mundo del gaming. Caminar entre vitrinas llenas de viejas consolas fue como caminar por un pasillo de recuerdos, cada uno asociado a un momento diferente de mi vida.
Recordé la emoción que sentí la primera vez que vi una Super Nintendo, y cómo había algo casi mágico en la transición de los gráficos de 8 bits a los 16 bits. Ver esas consolas hoy, en exhibición, me hizo reflexionar sobre lo rápido que avanza la tecnología y cómo, a pesar de que todo cambia, hay cosas que permanecen. En este caso, la pasión por jugar.
El Museo del Videojuego nos permite hacer un recorrido por las consolas más icónicas de la historia.
Arcade Gallery es más que un espacio de entretenimiento; es una cápsula del tiempo que, de manera sorprendente, une a generaciones. Mientras los adultos reviven sus recuerdos, los más jóvenes descubren por primera vez el origen de una cultura que hoy es global. Y en esa interacción intergeneracional, algo queda claro: los videojuegos, en su esencia más pura, no tienen edad. Pueden evolucionar, volverse más complejos, más gráficos, pero la chispa que nos impulsa a jugar sigue siendo la misma.
Salir fue como despertar de un sueño. El mundo exterior, con su caos y su tráfico, me esperaba. Pero me llevé conmigo algo más que simples recuerdos: una reafirmación de que esa pasión que nació en las maquinitas sigue viva en mí, tan fuerte como lo era cuando era un niño. Los videojuegos no solo son una forma de entretenimiento; para muchos de nosotros, son una parte integral de nuestra identidad, y lugares como Arcade Gallery nos recuerdan de dónde venimos y por qué seguimos jugando.
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