La Inteligencia Artificial, el Internet y otras tecnologías disruptivas parecen modificar nuestras vidas de manera acelerada. Hace cinco años todo era diferente, y por más que nuestras herramientas tecnológicas evolucionan a pasos agigantados, hay un aspecto clave que parece no hacerlo con el mismo ritmo: el cuerpo humano.
A lo largo de millones y millones de años, nuestro cuerpo experimentó transformaciones. La desaparición de la cola o un sofisticado sistema de sudor para sobrevivir al calor no fueron casualidades, ya que moldearon nuestra biología y capacidades reproductivas. Sin embargo, hoy es difícil percibir cambios equivalentes, pero se han descubierto los motivos detrás de ello.
La evolución humana: lenta, pero cómoda
Es cierto que gracias a la tecnología, la medicina, la agricultura y los sistemas de transporte se revolucionaron por completo, y los instrumentos del presente, como el Internet, multiplicaron el acceso a información. Estos avances alteran nuestra rutina, pero no necesariamente provocan modificaciones en nuestra anatomía.
Hay teorías que intentan relacionar adaptaciones físicas con la innovación tecnológica. Por ejemplo, algunos sugieren que la falta de pelo fue algo beneficioso para cazar con mayor eficiencia, mientras que la ropa permitió cierto margen de protección frente a condiciones climáticas. Sin embargo, estas hipótesis carecen de evidencia, y la realidad es que la evolución responde a presiones naturales, no a inventos modernos.
Con el mundo actual interconectado, los procesos que antes impulsaban cambios significativos en poblaciones aisladas se neutralizaron. Según una investigación del biólogo Sean B. Carroll, el aislamiento geográfico permitía que ciertas mutaciones se consolidaran en grupos específicos, acelerando la selección natural.
Sin embargo, con la expansión de los humanos por casi todo el planeta, eso desapareció. La mezcla constante de individuos de distintas partes del mundo incrementó la diversidad genética y, en consecuencia, se redujo el peso de la selección por aislamiento. Los factores que antes dirigían nuestra evolución no tienen la misma fuerza, y aunque todavía cambiamos, la velocidad de nuestra transformación biológica se volvió casi imperceptible.
Hasta los videojuegos estarían involucrados
Aunque todavía no existen pruebas de cambios evolutivos reales, algunos estudios recientes sugieren que el uso prolongado de consolas y controles podría tener efectos sobre la fuerza y la destreza en los dedos y el pulgar. Observaciones en ergonomía muestran que los diseños modernos de controles se adaptaron a las necesidades humanas, priorizando la comodidad y eficiencia del agarre a lo largo de los últimos 25 años.
De nuevo, no hay evidencia que compruebe que los videojuegos estén cambiando la forma de nuestras manos de manera evolutiva. Sin embargo, la ciencia sigue lanzando investigaciones sobre cómo estas prácticas influyen en la fuerza, la flexibilidad y la salud de nuestros dedos y muñecas, lo que proyecta un futuro en el que la tecnología y nuestro cuerpo podrían adaptarse de formas cada vez más vinculadas a la vida digital.
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