Cambió para siempre los mundos abiertos y sobrevive con espectaculares gráficos gracias a la comunidad: el mejor RPG de la historia

En 2011, cuando The Elder Scrolls V: Skyrim vio la luz, el mundo de los videojuegos no volvió a ser el mismo. Bethesda Game Studios no solo lanzó un título más dentro del género de rol, sino una epopeya digital que redefinió lo que significa perderse y encontrarse dentro de un mundo abierto. Con una puntuación de 96 en Metacritic y millones de copias vendidas, Skyrim no solo fue un éxito comercial, sino también una pieza fundacional para la industria moderna: un espejo donde todo RPG posterior tendría que mirarse.

El RPG que marcó lo estándares actuales

Desde su primera escena, cuando el jugador despierta prisionero en una carreta que avanza entre montañas nevadas rumbo a su ejecución, el juego establece su tono: no hay un héroe predefinido, solo un individuo atrapado en un destino incierto dentro de un mundo que respira por sí mismo. Skyrim es un ecosistema de historias interconectadas, de ruinas olvidadas y caminos sinuosos que parecen tener voluntad propia.

La grandeza de Skyrim reside en su mundo abierto. Se trata solo de su tamaño, pero también de su capacidad para sugerir vida más allá del jugador. En cada colina,  cueva y aldea, parece haber un propósito, un relato oculto o una tragedia esperando ser descubierta. Los bosques están llenos de lobos y bandidos, pero también de ruinas que cuentan, sin palabras, la historia de una civilización caída.

Pocas veces un videojuego ha logrado que el horizonte se convierta en una promesa. Si el jugador ve una montaña, puede escalarla. Si distingue un castillo a lo lejos, puede entrar en él. En Skyrim, la libertad es un compromiso tangible: un lugar donde la curiosidad es tan poderosa como la espada más afilada.

Su ambientación, una fusión entre la mitología nórdica y la fantasía clásica, aporta una atmósfera de leyenda helada: dragones que rugen desde el cielo, bardos que cantan viejas gestas, y aldeanos que temen al invierno y a los dioses por igual. Cada rincón del mapa parece tallado con el mismo esmero con el que se esculpe una runa ancestral.

Libertad absoluta: el jugador como arquitecto de su destino

Skyrim destierra las etiquetas: no existen clases predefinidas, solo la libertad de convertirse en lo que se juega. Si empuñas un arco, mejoras en arquería; si lanzas hechizos, tu dominio mágico crece. Así, el juego convierte la práctica en narrativa: cada combate, robo y encantamiento forma parte del proceso de construir una identidad.

Esa libertad se extiende a la moralidad: no hay un camino correcto, solo consecuencias. Puedes ser un héroe venerado por los Nórdicos o un asesino sigiloso en la Hermandad Oscura. Puedes liderar los gremios de magos o unirte a los rebeldes que luchan por la independencia de Skyrim. Este enfoque flexible convirtió a Skyrim en un referente del diseño de rol contemporáneo, un lienzo donde cada jugador pinta su propia versión del mito.

En el corazón de su historia late la figura del Dragonborn, el elegido con el alma de dragón. Su poder se manifiesta en los Gritos, palabras antiguas en la lengua de los dragones que desatan energía pura. El icónico “Fus Ro Dah” es una mecánica y metáfora del dominio del lenguaje como fuerza divina, una alegoría del poder del conocimiento frente al caos.

Catorce años después de su lanzamiento, Skyrim sigue siendo una referencia obligada. Su influencia se percibe en títulos como The Witcher 3, Breath of the Wild o Elden Ring, todos herederos de su filosofía de libertad y descubrimiento. Es, en esencia, un recordatorio de lo que un videojuego puede lograr cuando confía en la curiosidad del jugador más que en los límites del mapa. Actualmente se puede jugar en PS5, Xbox Series X/S y PC a través de Steam.