Hoy en Netflix: este anime demuestra que el verdadero terror no es el fantasma, sino el resentimiento humano

Este Anime Demuestra Que El Verdadero Terror No Es El Fantasma Sino El Resentimiento Humano 2
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Ayax Bellido

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Ayax Bellido

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Escribo sobre videojuegos y anime, y me siento muy afortunado por ello. Editor en 3DJuegos LATAM. ¡Llegó el momento de la espada y el hacha, llegó el momento de la locura y el desdén!

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Mononoke, serie de anime japonesa estrenada en 2007 y disponible en Netflix, pertenece es una de esas obras que mezclan un arte de primer nivel con una narrativa filosófica sobre la culpa y una exploración del miedo que va mucho más allá de lo sobrenatural, y es justo esto lo que la convierte en una serie perfecta para ver en Halloween.

Dirigida por Kenji Nakamura y producida por Toei Animation, Mononoke nació como un spin-off de la antología Ayakashi: Japanese Classic Horror, pero pronto encontró una voz propia, tan singular que redefinió lo que el anime de terror podía ser.

El Boticario y la caza de los espíritus

El protagonista es conocido simplemente como El Boticario (Kusuri Uri), un misterioso vendedor ambulante que recorre el Japón feudal en busca de espíritus vengativos llamados mononoke. Pero no es un exorcista convencional: su poder no reside en la fuerza, sino en el conocimiento. Antes de poder desenvainar su Espada de Exorcismo, debe descubrir tres elementos esenciales de cada aparición: su Forma (Katachi), su Verdad (Makoto) y su Razón (Kotowari).

Este ritual funciona como una metáfora del entendimiento humano. Solo al conocer el origen y la motivación del mal se puede enfrentarlo realmente. Cada historia, por tanto, es una autopsia espiritual en la que el Boticario desnuda la raíz emocional de la tragedia: un asesinato, una traición, una injusticia.

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Pero si Mononoke ha pasado a la historia como una obra maestra visual, es gracias a su estética inconfundible. El anime imita las técnicas del Ukiyo-e, el arte tradicional japonés de los grabados en madera. Cada escena parece pintada sobre papel de arroz, con texturas visibles, patrones vibrantes y una paleta de colores saturados que se mueve entre lo sagrado y lo grotesco.

La animación, deliberadamente estática, potencia esa sensación de estar viendo un pergamino viviente, una pintura que cobra movimiento por instantes. No hay realismo, sino simbolismo: cada color, fondo y figura contiene una pista, un eco visual del misterio que se desarrolla.

Cinco historias, una misma herida

Mononoke está estructurada en cinco arcos argumentales, cada uno de dos o tres episodios, que funcionan como pequeñas tragedias humanas con un mismo hilo conductor: el rencor. Cada mononoke nace de una emoción reprimida (odio, celos, culpa, deseo), y su presencia sirve como espejo para los personajes vivos, cuyas acciones desencadenaron su creación.

El Boticario actúa como un detective metafísico, interrogando, deduciendo y enfrentando a los personajes con su propia verdad. En ese sentido, la serie combina el misterio con el ritual: cada exorcismo es también un acto de revelación.

Pero más allá del elemento sobrenatural, Mononoke es una crítica sutil al Japón tradicional. Sus historias exponen la injusticia, el clasismo y el sexismo que definían la época, mostrando cómo las estructuras sociales también pueden ser una forma de maldición. En sus fantasmas habita la memoria de quienes fueron silenciados.

Con su disponibilidad en Netflix, Mononoke ofrece a una nueva generación la oportunidad de descubrir una joya que redefine el horror. Porque aquí el miedo no se impone: es un espíritu que nunca quiso marcharse.

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