Uno pensaría que un videojuego donde lo principal es destruir demonios a escopetazos no tiene mucho espacio para una historia profunda. Pero DOOM ha demostrado que incluso entre toneladas de sangre pixelada y riffs metaleros, puede esconderse una leyenda. Una leyenda que, en su centro, nace del dolor, la furia y la pérdida. Porque sí, el alma del Doom Slayer —el ser más temido por las hordas infernales— se forja cuando los demonios cometen su mayor error: matar a su mascota, Daisy.
Puede sonar absurdo para los no iniciados, pero quienes han seguido esta saga desde sus inicios en los años noventa saben que este pequeño detalle lo cambia todo. Detrás del hombre silencioso, del marine sin nombre que atraviesa Marte, Fobos, Deimos y el infierno mismo, hay un detonante emocional que lo eleva más allá de un simple soldado con una escopeta doble cañón.
De soldado rebelde a máquina de matar
La historia comienza de manera simple. Un marine (el Doomguy) es enviado a Marte como castigo por agredir a un superior que le ordenó atacar civiles. A partir de ahí, la narrativa toma un giro infernal: experimentos con portales, desapariciones lunares, invasiones demoníacas. El Doomguy no lo duda: toma su arma y empieza a abrirse camino a través del caos, sin más motivación aparente que la supervivencia.
Pero cuando regresa a la Tierra y encuentra el cuerpo inerte de Daisy, su coneja mascota, entre las ruinas de una invasión demoníaca, todo se transforma. La furia que antes parecía instintiva se vuelve personal. No es solo una guerra entre mundos, es venganza.

Ese detalle, casi anecdótico en los juegos originales, se convierte en el corazón emocional que impulsa toda la saga. DOOM no necesita largos monólogos ni complejas cinemáticas: un héroe en silencio, ensangrentado y furioso, avanza sin tregua porque lo han quitado lo que más quería. Y en esa pérdida, nace el verdadero Doom Slayer.
Del infierno a la leyenda
En DOOM 64, la historia toma un tono más oscuro. Después de haber salvado a la Tierra, el marine regresa a Marte por última vez. Se interna de nuevo en el infierno y jura no regresar, sino quedarse ahí para siempre, combatiendo eternamente a los demonios. Un sacrificio absoluto. Es ahí donde muchos creyeron que su historia había terminado, pero DOOM Eternal nos mostró que eso fue apenas el principio.
El juego más reciente conecta los hilos de toda la franquicia y nos revela cómo este marine castigado, enloquecido por la guerra y la pérdida, se convierte en el Slayer: el ser más poderoso y temido por los demonios. Su leyenda trasciende mundos y dimensiones. En Argent D’Nur, una civilización enteramente distinta, es conocido como el Forastero, un guerrero sin igual que se une a los Centinelas Nocturnos para continuar su cruzada contra el infierno.

Y es ahí donde la narrativa da un giro místico. Gracias a Samur, ayudante del Kahn Maykr, el marine accede a la Máquina de la Divinidad. No por ambición ni gloria, sino porque su misión no ha terminado. Al salir transformado, Samur le dice una frase que lo define por completo: “Y ahora, te temerán”.
Lo fascinante del Doom Slayer no es solo su capacidad para descuartizar demonios con brutal eficiencia, sino que detrás de cada disparo hay una historia de dolor y determinación. DOOM no es un juego sobre matar demonios porque sí. Es la historia de alguien que, tras perderlo todo, decidió que el mal no tendría un solo segundo de descanso mientras él respirara.
Y esa furia no viene de un evento cósmico o una tragedia shakesperiana, viene de la pérdida más simple y humana posible: la muerte de su mascota. Una conexión tan pura y cotidiana que convierte al Slayer en algo más que una fuerza de destrucción, lo vuelve comprensible, casi humano, en medio de su brutalidad divina.

Así, la próxima vez que juegues DOOM y destroces hordas de enemigos al ritmo de una guitarra eléctrica, recuerda: no lo haces solo por diversión, lo haces por Daisy. Y en ese acto sangriento, el Doom Slayer sigue su misión eterna de recordarle al infierno que tocó lo que no debía.
Ver 0 comentarios