¿Nostalgia pura o falta de creatividad? Llevamos años comprando los juegos de Xbox 360, PS3 y Wii por culpa de los remakes y remasterizaciones

Ayax Bellido

Editor

Han pasado más de quince años desde que la séptima generación de consolas, con PlayStation 3, Xbox 360 y Wii como protagonistas, marcó un antes y un después en la historia de los videojuegos. Fue la época en que el salto gráfico al HD nos hizo sentir que entrábamos en un nuevo horizonte, en que las narrativas dieron un salto de madurez y en que sagas icónicas consolidaron su lugar en el corazón de millones de jugadores. Hoy, esa generación parece un recuerdo lejano, pero basta encender una consola moderna para descubrir que en realidad nunca nos hemos ido del todo: los remakes y remasterizaciones de esas entregas están más vivos que nunca.

La industria lleva años apostando por revivir viejas glorias, y no se trata de casos aislados. En ocasiones, incluso juegos que ya habían sido remasterizados vuelven a recibir un “tratamiento de belleza” por segunda o tercera vez. La pregunta inevitable es si esta tendencia es un regalo envuelto en papel nostálgico para los veteranos y una oportunidad para los nuevos jugadores, o si más bien estamos ante un síntoma de estancamiento creativo.

La séptima generación como mina de oro

No es casualidad que tantos de los juegos revisitados provengan de la era del PS3 y Xbox 360. En ese periodo, entre 2005 y 2013, se sentaron muchas de las bases del gaming moderno: historias más cinematográficas, mundos abiertos con mayor libertad, mecánicas de rol híbridas y sagas que se convirtieron en verdaderos fenómenos culturales. Fue la década en que descubrimos la brutalidad estratégica de Gears of War, la emotividad de The Last of Us y el diseño casi espiritual de Dark Souls, entre otros.

Hoy vemos que las compañías han convertido esa época en una mina que se sigue explotando. Nintendo relanza Super Mario Galaxy, un clásico de Wii que sigue encontrando la forma de brillar, Xbox hace lo propio con Gears of War, que ya suma múltiples versiones y adaptaciones. Y PlayStation, fiel a su joya más preciada, ha vuelto a apostar una y otra vez por The Last of Us, cuya historia ya ha sido contada en PS3, PS4, PS5 y, ahora, hasta en una serie de televisión.

A la lista (que podría ser interminable) se suman compilaciones como BioShock: The Collection, que lleva a las nuevas generaciones a los oscuros pasillos de Rapture y la luminosa Columbia, y remasters como Dark Souls Remastered, que permitió a quienes nunca tocaron un PS3 experimentar la desesperación y el triunfo de un juego que se convirtió en un fenómeno de culto. Eso sin olvidarnos de grandes joyas que han recibido este tratamiento como Red Dead Redemption.

Lo mismo ocurrio con The Elder Scrolls IV: Oblivion, que recibió recientemente una remasterización qe revivio el fervor por este clásico de Bethesda, sin olvidarnos del paradigmático caso de Demon’s Souls, que no solo fue remasterizado, sino reconstruido desde cero para aprovechar la arquitectura de PlayStation 5 y presentarse como uno de sus juegos de lanzamiento.


La dulce prisión de la nostalgia

La nostalgia es un arma de doble filo: es, al mismo tiempo, un cálido refugio y una cadena invisible. Nos recuerda quiénes éramos, qué sentíamos al pasar una tarde entera explorando mundos digitales o al compartir un control con un amigo en la sala. Esa mezcla de alegría y melancolía puede convertirse en un motor de ventas tan poderoso como cualquier campaña publicitaria.

Las empresas lo saben. La industria del videojuego ha convertido a la nostalgia en un modelo de negocio: apelar al recuerdo como si fuera un botón que siempre funciona. Los remakes y remasterizaciones son, en ese sentido, la llave para volver a abrir puertas que ya conocíamos, pero con ventanas más amplias, gráficos más nítidos y texturas más detalladas.

El problema surge cuando el exceso de pasado se convierte en un presente repetitivo. Porque si todo es volver a lo ya visto, ¿qué espacio queda para la innovación? ¿No corremos el riesgo de convertirnos en coleccionistas de recuerdos, en lugar de exploradores de lo nuevo?

No todos los remakes son innecesarios, ni mucho menos. Hay juegos que realmente merecen ser revisitados con el poder del hardware actual. Pocas cosas hay tan satisfactorias como redescubrir un clásico con mecánicas pulidas, tiempos de carga casi inexistentes y la posibilidad de vivirlo en una consola portátil. Además, para los nuevos jugadores, estas reediciones son la puerta de entrada a historias que de otro modo quedarían atrapadas en consolas obsoletas.

El dilema no es si deben existir o no los remakes, sino hasta qué punto la industria debe depender de ellos. En lugar de que sean un complemento, se han vuelto un pilar central del calendario de lanzamientos. Mientras tanto, muchas propuestas originales luchan por conseguir la misma visibilidad, atrapadas en un mercado donde el pasado pesa más que el futuro.

El videojuego, como medio cultural, debería aspirar siempre a la innovación. Al fin y al cabo, lo que hizo grande a la séptima generación fue precisamente su capacidad de sorprendernos con experiencias nuevas. En ese sentido, seguir viviendo de ese legado sin ofrecer algo igual de disruptivo puede terminar desgastando tanto a las compañías como al público.

¿Nostalgia o falta de creatividad?

La respuesta quizás sea un poco de ambas. Por un lado, la nostalgia es una herramienta legítima: conecta generaciones, rescata obras maestras y les da nueva vida. Pero por otro, cuando se convierte en estrategia recurrente, puede ser señal de que las grandes compañías prefieren apostar sobre seguro antes que arriesgarse con nuevas ideas.

La séptima generación fue, en muchos sentidos, la adolescencia de los videojuegos modernos. Hoy la seguimos revisitando como quien abre un viejo álbum de fotos; sin embargo, el medio requiere más que recuerdos: necesita nuevas historias que, dentro de quince años, también merezcan ser recordadas.

En última instancia, los remakes y remasterizaciones son un espejo que refleja tanto lo que fuimos como lo que somos. La pregunta es si estamos mirando demasiado tiempo ese reflejo, olvidando que el camino hacia adelante no se construyen con destellos de lo que fue, sino con mentes abiertas hacia lo desconocido.

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