En una industria saturada de mundos abiertos que prometen libertad pero ofrecen mapas llenos de marcadores reciclados, Kingdom Come: Deliverance II irrumpe como un recordatorio contundente de lo que significa construir un RPG desde la verdad histórica y no desde la fantasía complaciente.
La secuela desarrollada por Warhorse Studios no solo continúa el legado del primer juego: lo expande, refina y, en muchos sentidos, lo eleva a un estándar que en 2025 pocos RPG se atreven siquiera a perseguir. Más que un juego, es un espejo medieval que devuelve una imagen cruda pero fascinante del siglo XV, y uno de los mejores juegos que nos ha dejado el 2025.
Un compromiso con el realismo
En la industria actual, hablar de un RPG sin dragones, sin hechizos arcanos y sin criaturas mitológicas parece casi una provocación. Kingdom Come: Deliverance II no solo evita la fantasía: la destierra por completo. Bohemia, 1403, es el único escenario posible, y su fidelidad histórica es tan estricta que a veces roza lo obsesivo.
Es un retrato fiel de un tiempo donde el feudalismo era el sistema preponderante, y donde la pobreza, superstición, política, comida rancia y espadas que se mellaban si no las cuidabas eran la orden del día.
El sistema de simulación es aún más profundo que en la primera entrega: el jugador vuelve a estar sometido a reglas que no se pueden sortear. La reputación social pesa, el desgaste del equipo se siente y el combate exige una atención casi quirúrgica. La consecuencia es un ritmo menos inmediato, sí, pero también más auténtico y satisfactorio para los fanáticos de los juegos de rol. Y es que una vez que se entra en su lógica, es difícil volver a los RPG tradicionales sin sentir que estás jugando a un teatro de cartón.
Un mundo más grande, vivo y medieval que nunca
La expansión del mapa es uno de los mayores logros técnicos y narrativos del juego. La Bohemia recreada por Warhorse no es un simple espacio utilitario: es una región con carácter, densidad y memoria. Sus calles estrechas, sus plazas bulliciosas, el ir y venir de comerciantes, herreros, monjes y criminales construyen un ecosistema donde cada NPC parece tener una vida que continúa cuando tú no miras, y ayudan a esa sensación de inmersión que es tan única en este juego.
Por otro lado, el regreso de Henry de Skalitz mantiene el corazón emocional del juego. Ya no es solo el herrero traumatizado por la guerra que conocimos en 2018; ahora es un hombre que se enfrenta a su propia historia y a las consecuencias de sus decisiones.
La secuela se toma en serio la moralidad: nada es blanco o negro, y actuar correctamente no siempre garantiza un buen resultado. Tus elecciones afectan tu reputación, relaciones y lugar en un mundo que no perdona los errores. Es un recordatorio de que la vida medieval no era heroica: era dura, ambigua y profundamente humana.
En lo técnico, el juego es un salto generacional claro. Armaduras con reflejos precisos, rostros con microexpresiones creíbles, paisajes que parecen sacados de un óleo barroco: el resultado es una experiencia que combina la frialdad documental con la belleza pictórica.
El combate: más accesible, pero igual de letal
El sistema de esgrima del primer juego fue celebrado por su autenticidad, pero también criticado por su curva de aprendizaje casi vertical. En Deliverance II, Warhorse encuentra un equilibrio notable: el combate sigue siendo técnico, direccional, basado en física real, pero ahora es más fluido y menos intimidante.
Dominarlo sigue siendo un arte, tal y como ocurría en el medievo, pero aprenderlo ya no es un examen de paciencia. Eso sí, consideremos que Kingdom Come: Deliverance II no es un juego para todos y nunca pretendió serlo: es denso, exigente, lento en ocasiones, brutalmente realista y orgullosamente fiel a un pasado sin adornos.
Pero es justamente esa obstinación la que lo convierte en uno de los mejores juegos de 2025: una obra que desafía tendencias, que apuesta por la simulación profunda y que recuerda que la historia, cuando se cuenta bien, puede ser más fascinante que cualquier fantasía.
Pocas entregas logran que el jugador sienta que está visitando el pasado. Este lo consigue de principio a fin, y, en el proceso, redefine lo que un RPG medieval puede ser. Y es justo este logro técnico, narrativo y artistico, lo que le convierte en uno de los grandes candidatos al Juego del Año en este 2025, y en el juego de rol que cambio los estándares en la novena generación de consolas.
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