La nueva película de Demon Slayer me recordó lo peor de Naruto: es un espectáculo visual, pero su ritmo es un problema

Ayax Bellido

Editor

Ver Demon Slayer: Castillo Infinito en la pantalla grande es, ante todo, una experiencia sensorial. La más reciente producción de Ufotable no solo demuestra por qué el estudio es considerado uno de los más ambiciosos de la industria del anime, sino que reafirma su capacidad de transformar el manga de Koyoharu Gotouge en un espectáculo audiovisual sin precedentes.

La cinta es un despliegue de coreografías de combate que rozan lo hipnótico, con encuadres que se sienten casi pictóricos y una narrativa visual que aprovecha al máximo cada segundo. No es exagerado afirmar que estamos frente a una obra que marca un nuevo estándar de calidad en la animación japonesa.

Sin embargo, en medio de la euforia por su impecable factura técnica, hay un elemento narrativo que me hizo salir momentáneamente de esa fascinación: los flashbacks. Y no hablo de simples momentos de exposición para enriquecer la historia; hablo de esas pausas dramáticas que frenan el ritmo vertiginoso de una secuencia para sumergirnos, sin previo aviso, en una larga retrospección. En Castillo Infinito estos momentos son cruciales, sobre todo para explorar el pasado de Akaza y otros personajes clave. Pero su ejecución me llevó inevitablemente a recordar uno de los aspectos más polémicos del anime Naruto: su obsesión con los flashbacks interminables.

Los flasbacks y el problema del ritmo en el anime

La comparación no es gratuita. Durante años, los fanáticos de Naruto aprendimos a temer el sonido de una melodía melancólica que anticipaba una escena ya conocida: el pasado trágico de un personaje, repetido una y otra vez, a veces incluso con animaciones recicladas. Aquello no era una decisión creativa, sino una necesidad industrial: el anime avanzaba tan rápido que corría el riesgo de alcanzar al manga de Masashi Kishimoto, lo que obligaba al estudio Pierrot a llenar episodios con repeticiones o arcos de relleno. El resultado fue que los flashbacks dejaron de aportar algo significativo y se convirtieron en un lastre narrativo que diluía el impacto de los momentos climáticos.

En Demon Slayer ocurre algo distinto. Aquí los flashbacks no son un recurso para ganar tiempo; son una adaptación fiel del manga de Gotouge. El desarrollo de Akaza, por ejemplo, cobra una nueva dimensión gracias a estas escenas, que enriquecen nuestra percepción de los demonios al dotarlos de motivaciones y tragedias humanas. No obstante, aunque su naturaleza es distinta, el efecto sobre el ritmo de la película es similar: esa sensación de frenar en seco justo cuando la acción está por alcanzar su punto más alto.

Hay algo casi antinatural en pasar de una coreografía frenética, llena de movimientos fluidos y colores vibrantes, a una escena pausada, cargada de diálogos, tonos deslavados y melancolía. Es como si la película bajara sus pulsaciones de 100 a 10 en cuestión de segundos. Como espectador, uno entiende que esta transición es necesaria para darle peso emocional a la narrativa, pero no deja de sentirse abrupta. Lo que en el manga funciona como una pausa entre viñetas, en el cine puede percibirse como una interrupción que rompe el hechizo.

Este fenómeno no es exclusivo de Demon Slayer. La animación japonesa ha convivido históricamente con el reto de adaptar historias serializadas a un formato audiovisual. La fidelidad al material original suele chocar con las exigencias del ritmo cinematográfico, que requiere mantener al público inmerso sin largos respiros. En el Castillo Infinito los flashbacks están cuidados, bellamente animados y son emocionalmente efectivos, pero eso no evita que la película, por momentos, se sienta pesada.

La pregunta que surge es: ¿hasta qué punto la fidelidad debe sacrificarse en aras de la experiencia audiovisual? Demon Slayer: Castillo Infinito es una lección de respeto al manga, y eso se agradece. Cada cuadro refleja devoción por la obra de Gotouge, sin embargo, hay un debate válido sobre si este nivel de respeto puede limitar el potencial del cine para reimaginar una historia. Adaptar no es solo trasladar; es también interpretar, y aquí parece que Ufotable eligió mantener una reverencia absoluta, incluso si eso significaba sacrificar el ritmo.

¿Vale la pena ver Demon Slayer: Castillo Infinito?

Nada de esto opaca los méritos de la cinta. Al contrario, Castillo Infinito es un espectáculo que confirma a Demon Slayer como una de las franquicias más importantes de su generación y uno de los fenómenos culturales más grandes del momento. Su impacto visual y narrativo está a la altura de las expectativas y ofrece momentos de auténtica emoción que solo pueden apreciarse en pantalla grande. Pero es interesante que, en medio de tanto virtuosismo, un recurso clásico como los flashbacks haya generado una sensación de déja vu, transportándome a aquellas tardes en las que ver Naruto se convertía en un ejercicio de paciencia.

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